Tras fotografiar tantos asesinatos y ver morir a tanta gente de hambre, acabó atormentándose por todos esos recuerdos que son tan difíciles de olvidar. Por ello, el mismo año que le concedieron el premio Pulitzer decidió quitarse la vida. Este caso, es un claro ejemplo de si merece realmente la pena dedicarse al fotoperiodismo de guerra.
Son varios los factores que en mi opinión no merece la pena arriesgar, uno de ellos es el peligro que conlleva ir a un país en guerra y fotografiar de cerca lo que está sucediendo en ese momento, estando a un solo paso de poder morir tiroteados. Otro factor muy importante es la impotencia por no poder hacer casi nada por solucionar aquello que estamos fotografiando a escasos metros de nosotros y que en ocasiones puede hacernos dudar si realmente queremos hacer la foto o intentar ayudar a esa persona que lo está pasando mal.
El único factor positivo que veo es que al publicar la foto en los medios de comunicación, la gente y los organismos públicos se hacen eco de lo que están pasando esas personas realmente en esos países, pudiendo así concienciar a las personas para ayudar a través de alimentos y todas las aportaciones que sean necesarias.
En conclusión, para dedicarte a ser fotógrafo de guerra lo primero es que te tiene que gustar mucho la fotografía y saber el inmenso poder que puede llegar a tener una imagen y que dependiendo de la posición en que se capte puede significar una u otra cosa. Por último para dedicarte a esta profesión tienes que tener claro que es tu trabajo, que te pagan por ello y que tu claro objetivo es INFORMAR DE LA REALIDAD.
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